La primera Hispanidad y los colores de Cataluña y Aragón
Fuimos primera potencia mundial, y lo hicimos entre todos
>>> Este artículo contiene fragmentos del libro «No Somos Enemigos», de futura publicación <<<
VIENA, 12 de Octubre de 2021 / Adam Casals
«La Hispanidad supuso el nacimiento del primer Imperio global de la Historia, y eso fue posible como empresa conjunta de distintos Reinos europeos bajo una sola Corona. La expedición de Magallanes y Elcano surgió de una mentalidad abierta y colaborativa, así como de la amplitud de miras que hizo posible una hazaña que cambiaría la historia de la humanidad»
En Octubre de 2019, tenía lugar en el Museo del Mundo de Viena una conferencia sobre el quinto centenario de la primera circumnavegación del mundo. En un perfecto alemán, el entonces Embajador del Reino de España en Austria, don Juan Sunyé Mendía, recordó al catalán Eugeni d’Ors, cuando decía que «ninguna causa vence sino cuando cuenta ya con partidarios entre aquellos a quien la naturaleza, la fatalidad o el interés destinaban para adversarios suyos».
La causa, realizar la primera vuelta al mundo en barco para constatar la viabilidad de nuevas rutas comerciales hacia Oriente, era de una complejidad extrema. Fue posible ejecutarlo desde una nación ambiciosa, con un Rey nacido en Flandes —que pronto sería Emperador Carlos V—, y que quiso confiar precisamente en un noble extranjero. Portugal era por entonces el mayor adversario de las Españas, y así se había podido comprobar pocos años antes con la firma del Tratado de Tordesillas (1494), en el que españoles y portugueses se partían, literalmente, el globo terráqueo. Fernão de Magalhães había sido ignorado en su tierra, pero estaba convencido de poder llevar a cabo la hazaña. Hubiera podido irse a Francia o Inglaterra, pero escogió Castilla, uno de los países de Europa más atractivos para el talento emprendedor, siendo Sevilla uno de sus grandes polos de atracción. No fue fácil ganarse confianzas y complicidades. Podrían haber pensado que Magalhães era un espía, que les traicionaría a todos. Sin embargo, la Corona le prestó financiación y pondría cinco modernas naves, perfectamente armadas y avitualladas, a disposición del noble portugués.
En un artículo publicado en El Confidencial, el autor de «Inglaterra derrotada», Álvaro van den Brule, hablaba de la expedición de Magallanes-Elcano como una «empresa estrictamente castellana». Sin embargo, en sus discursos pronunciados durante el Simposio en Viena, los expertos académicos dibujaron una realidad con muchos matices. No eran castellanos una parte importante de los 239 integrantes de la expedición que partió de Sevilla el 10 de Agosto de 1519, y en la que se encontraban también portugueses, italianos, franceses, alemanes, holandeses y griegos . El profesor y Jefe del Departamento de Referencias del Archivo de Indias de Sevilla, Dr. Antonio Sánchez de la Mora, nos explicó que algunos habían nacido fuera de Europa. El Dr. Pelizaeu, profesor de la Universidad Picardie Jules Verne, de Amiens, nos mostró varias ilustraciones de «esclavos negros en Castilla», algo que al parecer era habitual en la época.
Así lo narra el documental «Cachita», que «recupera la historia de Juan Latino, esclavo negro admirado por Cervantes y Lope de Vega que acabó siendo catedrático en la Universidad de Granada». En la pausa para los cafés, el Dr. Friedrich Edelmayer, profesor de la Universidad de Viena, me explicó que, lamentablemente, el comercio de esclavos era mucho más lucrativo, con diferencia, que las expediciones de ultramar. Un matiz a tener en cuenta, en el marco de la bienvenida discusión sobre las tragedias vividas por los pueblos indígenas de las Américas durante la historia colonial, un fenómeno que va mucho más allá de la presencia meramente española en el Nuevo mundo, o la injustamente denostada figura de Cristóbal Colón.
Siguiendo con Edelmayer, aproveché para preguntarle una cuestión que ha obsesionado a ciertos sectores de la historiografía nacionalista catalana de las últimas décadas, derivando incluso hacia teorías conspirativas. ¿Por qué la Corona de Aragón permitió el monopolio castellano —y sevillano—, en el comercio con las Américas?, si en el siglo XV Castilla estaba arruinada; si el primer viaje de Colón, que incluso algunos dicen que era catalán, fue financiado en parte por comerciantes valencianos —Valencia, capital de su Reino, era la ciudad más dinámica de toda la Corona—; si su Rey, Fernando el Católico, fue uno de los monarcas más poderosos del Renacimiento — incluso Maquiavelo se inspiró en él para escribir El Príncipe — ; y desde Xàtiva, los Borja conquistaron el Papado y convirtieron al catalán en lengua de uso en el Vaticano, donde se había puesto de moda el ajedrez, un antiguo juego que los judíos de Valencia habían modernizado, añadiendo nuevas sutilezas a los movimientos de la Reina — dicen que inspirados en la Reina Isabel de Castilla — , la primera ficha femenina extraordinariamente poderosa que se recuerda en un tablero..
Según Edelmayer, lejos de cualquier teoría conspirativa, la más fácil de las soluciones es la correcta: «La Corona de Aragón había conquistado Nápoles, uno de los Reinos más ricos de Europa, un centro de comercio, situado en el epicentro del Mediterráneo y con un gran prestigio a nivel continental», prestigio que había incrementado el de los colores de Aragón, que serían también los del Reino de las Dos Sicilias. En la opinión de Edelmayer, era mucho más lucrativo fijar las prioridades alrededor del Mare Nostrum que lanzar expediciones hacia los inciertos océanos.
Un mar que requería de su máxima atención, ya que el poderoso enemigo turco acechaba de forma creciente los dominios de la Corona, sus rutas comerciales y sus futuras ambiciones de expansión. En su libro «Imperios del Mar. La batalla final por el Mediterráneo (1521–1580)», Roger Crowley nos narra historias de piratas, incursiones, secuestros y batallas navales entre dos grandes rivales, turcos y españoles, que se pelearían durante todo un siglo por la hegemonía naval hasta aceptar, de entre las consecuencias de la batalla de Lepanto, que habían alcanzado una cierta situación de tablas.
En el fondo de la moderna sala de conferencias del complejo de la Hofburg donde tenía lugar el Simposio, se había dispuesto para consulta de los asistentes un ejemplar de la edición conmemorativa del V Centenario del viaje de Magallanes y Elcano, dotada de un abundante corpus documental, en el que destacaba una reproducción a tamaño real del Portulano de Jorge Reinel, una carta náutica y mapamundi que el cartógrafo portugués, que se encontraba en Sevilla colaborando en los preparativos para la expedición de Magallanes, realizó en 1519. La cartografía de los Reinel se utilizó por parte de Castilla para reclamar que las Islas Molucas o islas de las especias, se encontrarían en realidad en la región conferida a España en virtud del Tratado de Tordesillas.
«La primera Hispanidad muestra la existencia de una marca compartida, la futura marca España, que denota una voluntad de ser, estar y emprender en común»
Precisamente este mapamundi, que marca con precisión y mediante la bandera correspondiente determinados puertos castellanos y portugueses de ultramar, se ha convertido, en años recientes, en centro de atención de cierta historiografía nacionalista catalana. Porque si bien no hay dudas sobre las banderas portuguesas que Reinel sitúa en el mapa, en el caso de las castellanas, sus colores de referencia son los rojigualdos, siempre en banderas de barras rojas y fondo dorado, a veces encuadradas en escudos a cuartos donde también aparecen los símbolos de Castilla, sobre fondo blanco. Y claro está, hasta dos siglos más tarde, esos colores no eran los de España, sino exclusivamente los de la Corona de Aragón. Así pues, ¿qué hacen esos colores de la «señera» (bandera, estandarte) en América, que era una posesión exclusivamente castellana?
Una vez más y siguiendo la lógica del profesor Edelmayer, la explicación más simple parece ser la más adecuada. Sin duda, la Corona de Aragón, que contaba entre sus feudos con el Reino de Nápoles y ocupaba una centralidad en el Mediterráneo, gozaba de un gran prestigio en la Europa de la época, en la que no había dudas sobre la unión dinástica, que aún no política, entre esa Corona y la de Castilla. Ninguno de los otros colores que podrían haber representado al Rey de las Españas encontraron lugar en unas banderas diminutas que había que colocar en un mapa con multitud de información. El cartógrafo Reinel se decidió probablemente por aquello que pensó que en todas las partes de la «mar océana» daría a conocer mejor la procedencia de la expedición, las Coronas de la Hispania romana, o España. Y pintó «señeras» de fondo dorado y barras rojas, «sang i or» (sangre y oro). Eran esos colores de reminiscencias vaticanas que los Condes de Barcelona, por su origen franco, compartían con las casas nobles de la Provenza, y que fueron el origen de los colores de Cataluña, de Aragón y de los distintos Reinos mediterráneos de la Corona, desde Valencia hasta Nápoles. Esos mismos colores rojigualdos que, siglos más tarde y con Carlos III, acabarían siendo los colores de España.
«La Hispanidad no hubiera existido sin la aportación entusiasta, generosa y destacada de los antiguos Reinos de la Corona de Aragón»
Algo que, en mi humilde opinión, no suena a separación, sino que muestra la existencia de una marca compartida que denota una voluntad de ser, estar y emprender en común. Una futura marca España en la que la generosa y entusiasta aportación de aragoneses, valencianos, baleares y catalanes fue también determinante para convertir al conjunto en la primera potencia global de la historia.
Rememorando a Eugeni d’Ors, la Hispanidad del siglo XXI conseguirá sus objetivos si se propone conseguir partidarios entre aquellos destinados a ser adversarios; si somos capaces, entre todos, de sumar y abrazar a un proyecto colectivo e ilusionante llamado España.
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Sobre el autor
Adam Casals es experto en relaciones internacionales y asesor de organizaciones públicas, corporaciones y organismos internacionales. Colabora habitualmente con medios de comunicación en España y en el exterior.